Escudo de Torreón

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viernes, abril 08, 2016

Primeros frutos misioneros



"Inmaculada" traída por los jesuitas. Siglos XVI o XVII


En 1594, el rey Felipe II de España autorizó a los jesuitas a fundar misiones en lo que entonces se conocía como “Provincia de La Laguna” o “País de La Laguna”, es decir, nuestra Comarca Lagunera de Coahuila y Durango. La primera misión se fundó en Parras en 1598, y desde ahí comenzaron los esfuerzos de los religiosos para occidentalizar y cristianizar a los aborígenes laguneros. Una crónica jesuita (Carta Annua) de 1622, muestra la visión que del avance cristianizador tenían los religiosos en esas fechas. Con el objeto de hacer accesible su contenido a los lectores, hago a continuación una paráfrasis:

Son estos laguneros gente enemiga de crear poblados, son cazadores en los montes y pescadores en las lagunas, lugares en que por estar tan lejos, sus ministros idolatran y viven cometiendo graves ofensas a Nuestro Señor, viviendo en total libertad sin oír misa, comiendo carne en días prohibidos. Viven sin doctrina ni sacramento, y en ocasión de las fiestas religiosas vienen los indios de las sierras y se confiesan bien. 
Muchos paganos, sabiendo de los suyos ya cristianos y su trato familiar de estas haciendas agrícolas y ganaderas, bajan de las serranías de Coahuila y se avecindan. Este año de 1622 bajaron dos grupos de Coahuila (entonces, el norte de Coahuila) y nos ofrecen sus niños para que los bauticemos, demostrando su simpatía por la Compañía de Jesús, por encima de religiosos y clérigos de otras órdenes. Y aunque bilingües en castellano y náhuatl —los caciques y capitanes las entienden cuando en ellas se les habla— es tanto el amor que tienen a sus tierras de origen que, aunque se están en este Valle de Parras 6 o 7 meses, vuelven a sus poblados y tornan a bajar puntualmente el año siguiente. 
Creen que hay un solo Dios, y saben que es pecado robar, adulterar y aún fornicar, y nunca se acercan a mujer si no es para tenerla como cónyuge legítima hasta la muerte. No asesinan ni se dañan. No son agresivos sino mansos y muy buenos trabajadores. Son tan observadores que aprenden a regar y podar con una sola vez que lo vean hacer, y algunos de los niños que se quedan entre nosotros los jesuitas aprenden a leer y a cantar con mucha facilidad, y son despiertos para otras gracias naturales, que no parecen haber nacido ni criados entre las breñas, sino estudiantes de colegios. 
Estas cosas vio el señor obispo don Fray Gonzalo de Hermosillo quedando admirado, pareciéndole a su señoría increíble que esta gente chichimeca, no mexica ni tlaxcaltecas de los que aquí hay, tuviese semejantes habilidades y gracias. En la escuela que tiene esta casa jesuita en Parras hay algunos niños de estos chichimecos, que con ellos y los del pueblo de Parras llegan a treinta. Ordinariamente se les enseña doctrina cristiana, lectura, canto, además de buenas costumbres.
Lo que más trabajo cuesta es asentarlos en un lugar y erradicar su inclinación a irse a los montes. En 1620 se fugaron tres al mismo tiempo, y dos murieron de hambre y de sed, los cuales eran muy habilidosos y cantaban a canto de órgano en las misas. De sus cuerpos se hallaron sólo restos, porque las fieras del campo hicieron lo suyo, y los devoraron. Los tres huyeron sin la menor idea de a dónde iban, solamente guiados por su inclinación a ir a los montes.



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