Escudo de Torreón

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lunes, enero 18, 2016

Déjà vu (ya lo vivimos)


    


En 1943, en un ensayo periodístico, Mariano Alcocer expresaba:

“A diario encarece la vida; el jefe de familia se encuentra día a día con el problema de que el monto nominal de sus ingresos cada vez le sirve para comprar menos satisfactores de sus necesidades. Hasta la indita que vende verdolagas en humildísimo puesto en el mercado, contesta a la pregunta de la compradora sobre por qué da tan caro, con esta frase u otra parecida: ‘el dólar, marchantita.’” 

Alcocer se preguntaba en su momento (pregunta retórica) por qué el poder adquisitivo del peso estaba determinado por la paridad con el dólar estadounidense. Y menciona una serie de datos de interés para la historia de la relación cambiaria entre México y Estados Unidos, de pérdida para el peso en 1820, ligero repunte en 1860, y continuo descenso de 1920 a la fecha del artículo (1943). 

Y dice: “En tal año [1920] el tipo medio [de cambio] fue de 2.009; en 1925 de 2.025; en 1930, de 2.122; en 1935, de 3.499; en 1940, de 3.181; en 1941, de 5.396; y en 1942, de 4.850”. Sabemos que durante el resto del siglo XX, la devaluación del peso continuó cuesta abajo su rodada; que en 1993 se maquilló este fenómeno (por fines políticos) con la supresión de los tres ceros a la moneda, y que a pesar de todo, la inercia devaluatoria continúa en el siglo XXI. El peso mexicano ha llegado a niveles ínfimos en las últimas semanas. Un dólar cuesta ahora más de 18 mil pesos de aquéllos, los de antes de 1993.

Pero la moneda no tiene vida propia. Su valor es sólo el reflejo de la solidez de la economía y de las instituciones que le respaldan. Los países con economías fuertes, tienen monedas fuertes. Pero hay otros factores que también cuentan: la solidez y transparencia de las instituciones democráticas, el bienestar y la paz social, sin excluir la adecuada distribución de la riqueza entre la población (empleos dignos y bien remunerados), las favorables condiciones para la inversión, la diversificación de la economía con productividad y competitividad a nivel internacional, la solvencia en términos de monto de deuda externa y las buenas condiciones de la balanza comercial.

México es un país que, a través de su historia, se ha caracterizado por su gran riqueza de recursos naturales, pero también por la incapacidad, falta de voluntad política, mezquindad o corrupción de sus gobernantes para aprovecharlos en favor del ciudadano común.

La división ideológica o partidista, así como la falta de consensos sobre el establecimiento de un proyecto de desarrollo económico nacionalista a largo plazo, sumados a la voracidad de otras naciones, han creado las condiciones para el deterioro económico del país y, por ende, del peso. 

Nuestra historia nacional demuestra que en muchas ocasiones los gobiernos, erigidos en cúpulas de poder entretejidas de inconfesables redes de complicidades, toman decisiones de espaldas al pueblo, sólo por beneficio propio. Olvidan que la única razón para la existencia de un gobierno es la de crear y administrar bienestar para su pueblo. 

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