Escudo de Torreón

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lunes, octubre 15, 2012

Las razones de Eduardo Guerra

Presidencia Municipal del viejo Torreón


El 7 de enero de 1932, Eduardo Guerra solicitó al ayuntamiento de Torreón un subsidio de dos mil pesos para la edición de un libro que contendría los datos históricos más importantes de Torreón. La iniciativa de Guerra no quedó en la publicación de un libro, sino que, de manera simultánea, estimuló el interés de la cámara de comercio local para organizar los festejos de las bodas de plata de Torreón como ciudad. 

¿Por qué Eduardo Guerra decidió que la historia de Torreón debía comenzar a contarse desde el 15 de septiembre de 1907? ¿Fue una maniobra para conseguir el apoyo que requería para su libro? Esta fue una situación verdaderamente novedosa, ya que las poblaciones mexicanas, coloniales y modernas, han festejado siempre, como inicio de su historia oficial, la fecha de fundación de su municipio, que es cuando reciben  jurisdicción y gobierno propios. 

La Congregación del Torreón fue elevada al rango de villa el 24 de febrero de 1893. Esa es la fecha real de la creación del municipio, jurisdicción y gobierno municipal de Torreón. Estrictamente hablando, Torreón cumplió 118 años el 24 de febrero de 2012, y aproximadamente 162 años de estar ininterrumpidamente poblada.

A Eduardo Guerra le debemos pues esta “heterodoxa” cronología urbana que parte del 15 de septiembre de 1907. ¿Qué pudo haber motivado su decisión de vincular el inicio de la cronología torreonense con dicho año? No tenemos duda de que una de las razones que tuvo Eduardo Guerra para acotar la historia torreonense de esta manera, consistió en que muchos de los actores sociales relevantes en el primer tercio del siglo XX no se encontraban aún presentes en 1893. 

La primera cámara de comercio de Torreón se fundó apenas en 1905, y sabemos que precisamente la cámara de comercio fue una de las grandes promotoras de la celebración de las bodas de plata de Torreón en 1932. Un buen número de empresas y empresarios se establecieron entre 1893 y 1907: en 1898 abrieron sus puertas las sucursales del Banco de Coahuila, del Banco de Londres y México y las del Banco Americano. Posteriormente, se instalaron el Banco Chino, el Banco Nacional de México, el Banco Agrícola Hipotecario y las agencias del Banco Mercantil de Monterrey y del Banco de Nuevo León. En 1898 comenzó a funcionar la Junta de Mejoras Materiales de Torreón, con intervención exclusiva de la iniciativa privada. En 1898 se fundó la Compañía Hilandera “La Fe” y surgieron empresas de carácter comercial: Buchenau y Cía., ferretera Julián Lack, García Hermanos, La Ciudad de París, El Puerto de Liverpool, papelería El Modelo, maderería Acres, Feliciano Cobián, Dodson Manufacturing Co., Pablo Shugtt, Waters Pierce Oil Co. etc. En 1900, don Joaquín Serrano y socios fundaron “La Unión, Compañía Jabonera de Torreón”. Ese mismo año comenzó a circular el primer periódico, “The Torreon Enterprise”. El 31 de diciembre de 1900 y el 5 de julio de 1901 se adquirieron los terrenos donde se levantaría la importantísima Compañía Fundidora Metalúrgica de Torreón —con capital torreonense— siendo sus principales socios Ernesto Madero, Carlos González Montes de Oca y Joaquín Serrano.

Evidentemente todo este sector empresarial —mucho más fuerte en Torreón que cualquier institución política— secundó la idea de iniciar la cronología torreonense a partir de 1907. La iniciativa privada constituyó un actor importante para la escritura de la historia de Torreón desde sus principios. Nuestra historia inició en 1907 por su consenso. Esta postura es muy congruente con la cultura empresarial de una ciudad como Torreón. Este “hacerse a sí mismo” o “definir la historia a partir de sí mismo” y desde el poder económico más que político o académico, ha sido una constante en la historia de la escritura de la historia torreonense. 

Eduardo Guerra fue uno de esos hombres con suficiente prestigio, liderazgo y poder de convocatoria como para proponer o acotar una fecha inicial para nuestra cronología urbana torreonense. De alguna manera los grupos del poder local decidieron olvidar los orígenes humildes de la villa del Torreón y prefirieron festejarla con categoría de ciudad nacida ya grande, adulta, surgida desde la espontaneidad de la nada. Deliberadamente quisieron verla y recordarla así. Y este discurso irreal, se tornó “verdad social”. Es parte de nuestra mitología regional. 

Para dar vuelta a la página, consideremos que, por lo general, cuando visitamos un museo puesto “con toda la mano”, tenemos la agradable sensación de que hemos llegado a un remanso de paz, de placer estético y de aprendizaje. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, así es. Pero hay otros en que el lugar que visitamos resulta ser un sitio con un mensaje potencialmente deformador de la realidad.

 En última instancia, un museo de historia no es sino un guión tridimensional donde objetos, artefactos, cédulas y elementos audiovisuales son los medios para la comunicación de un mensaje. La pretensión de cualquier museo es comunicar, educar o formar a la población que visita sus colecciones. Es decir, proporcionar conocimientos, habilidades, actitudes y valores. Un museo está muy lejos de ser una mera e intrascendente exposición de objetos. Su impacto ideológico en los visitantes, es muy poderoso. Sobre todo, porque para el ojo u oído inexperto, de manera apriorística, el museo, al igual que la televisión, es incuestionable. Sus contenidos siempre se consideran veraces. 

Así que la pregunta se impone: ¿Quién proporciona los contenidos ideológicos a los museógrafos? ¿Cuál es la visión que les ofrecen, cuál es el criterio de verdad para el discurso museográfico, oficial o documental? Su visión de la realidad ¿es amplia, o estrecha? ¿elitista, o incluyente? ¿seria, o caprichosa? ¿nacionalista, o xenófila? Porque efectivamente, aunque pudiéramos creer que no es así, el museo es un lugar que puede ser usado para imponer o consolidar una versión de la realidad, o bien, para negar una parte de ella. En estos casos, se trata de los museos que buscan “educar” colonizando la mente de sus visitantes.

Durante mucho tiempo, en los museos de Sudáfrica solamente tenía cabida el arte de los blancos, porque solamente los blancos eran considerados seres humanos capaces de creaciones estéticas. En este caso vemos que los museos pueden sostener y perpetuar un discurso racista de la sociedad.

En los museos de la antigua Unión Soviética, el arte de Fabergé era considerado como propio de la “decadencia” de la era zarista. En este otro caso, nos damos cuenta de que las creaciones de un exquisito y extraordinario orfebre de talla internacional eran calificadas desde la ideología de la lucha de clases, simplemente para mantener vigente un discurso político.

De manera sutil, un museo puede afirmar la “superioridad” del extranjero sobre el nacional, aunque este sea un discurso ya gastado y anacrónico, propio del siglo XIX. O puede tratar de imponer la valorización de ciertos artistas, a la vez que trata de minimizar a otros, quizá con mayores méritos. ¿Cuáles son los criterios de valoración y de impacto social que se manejan en los museos? 

Muchas veces ni siquiera son responsables los patronatos ni los altos directivos de tales discursos deformadores, sino los curadores, los museógrafos y hasta los guías que los elaboran o modifican. Es bien importante que los directivos de los museos y los miembros de sus respectivos patronatos, cuando los hay, tomen conciencia de la gran responsabilidad que representa generar discursos que forman (o deforman) a grandes sectores de la población. Necesitan tener mucho mayor control de los mensajes que, como instituciones educativas y divulgadoras de conocimientos, generan y comunican. Muchas veces, los receptores de los mensajes entienden algo muy diferente a lo que los responsables de su creación quisieron decir. 

Desde el punto de vista de la enseñanza, es tan importante visitar los museos, como ayudar a los alumnos a que desarrollen la capacidad crítica que les permita tomar consciencia de los discursos que generan aquéllos. De esta manera, fomentaremos la cultura, es decir, el cultivo del espíritu de discernimiento y de la libertad de percepción e interpretación de las nuevas generaciones.