Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

domingo, octubre 21, 2012

Archivo, documento e historia



Área de archivo del Centro de Investigaciones Históricas 
de la Ibero Torreón

Aula del Centro de Investigaciones Históricas Ibero Torreón


Del concepto de “archivo”. Algunos de nuestros lectores se preguntarán para qué puede servir un lugar lleno de papeles viejos, quizá apolillados. Porque para muchos, un Archivo Histórico no les merece mejor concepto que el que acabo de enunciar. Debemos, en atención a estos buenos amigos dominicales, hacer algunas consideraciones. Un Archivo Histórico no es un lugar a dónde van a dar los archivos muertos que no encuentran cabida en otras dependencias u oficinas, ni mucho menos, un basurero con estándares ecologistas. Solo los documentos con valor histórico pueden entrar a este tipo de Archivo. De aquí surge la pregunta: ¿y que es lo histórico? ¿en que consiste esta cualidad?  En su momento lo responderemos.

Un Archivo Histórico no tiene sentido en sí mismo, es tan solo potencialidad: un verdadero Archivo Histórico perfecciona su naturaleza cuando es consultado por historiadores que son capaces de hacer una lectura del pasado a partir de los documentos albergados.

Por lo tanto, no basta con mantener en contigüidad física los papeles viejos. El historiador no se va a zambullir en una pila de papeles para ver que logra encontrar de interés sobre algún azaroso tema. No, el historiador requiere de un  trabajo previo de ordenación por fondos y por fechas; requiere asimismo un trabajo previo de análisis y síntesis de cada documento; requiere largas listas de fichas analíticas y sintéticas de cada texto, imagen o fotografía, ordenadas por fondo y fecha. A esas largas listas llamamos catálogos archivísticos, y constituyen  el apriori con que el historiador inicia su trabajo. Sin ellas, el investigador de fenómenos sociales del pasado tendría que transformarse en una especie de buzo documental, transformación de oficio que tan solo le haría perder el tiempo y no le llevaría, finalmente, a ninguna parte.     

De aquí que el primer compromiso que se adquiere al ser constituido un Archivo Histórico, es el de preservar los documentos, catalogarlos y difundir los catálogos. Con esta materia prima trabajarán los historiadores.

El Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana Torreón, institución de educación superior que celebra actualmente sus treinta años de existencia, no solamente difunde conocimientos, sino que los genera a través de la investigación de los documentos de su archivo. Los difunde a través de su propia línea editorial y de las redes de científicos sociales a nivel mundial.  

De la naturaleza del conocimiento histórico. Un documento es tan solo una “huella” del pasado. No es el pasado en sí mismo, porque el pasado existió una sola vez, y nadie jamás lo volverá a ver. El pasado ya no existe. Entonces, el escribir un texto de historia equivale a proponer la mejor hipótesis que podemos plantear sobre cómo fue el pasado, a nivel descriptivo y explicativo. La hipótesis mejor fundamentada con pruebas será la hipótesis mejor recibida, la más aceptable.

La historia se hace con documentos, decía el historiador francés Henri Marrou. El documento es la “materia prima” de la cual el historiador puede inferir datos sobre el pasado. Pero no seamos ingenuos. El documento es textualidad, con todo lo que la naturaleza lingüística de la textualidad implica y refiere, a saber, lugar, época, grupo social, convenciones, cultura, códigos, referentes, grafía.  El texto es un mensaje de comunicación entre emisores y receptores del pasado, con realidades que también han quedado en el pasado. Por lo tanto, se corre el riesgo de interpretar ingenuamente,  haciendo una lectura del texto desde nuestras propias acepciones, convenciones y referentes culturales,  mutilando con ello la validez, veracidad y credibilidad de nuestra lectura.

Al citar unas líneas del texto de Gerónimo Camargo, indio coahuileño del siglo XVIII, ilustraré lo que quiero decir:
“Y aviéndose juntado todos, empesó a escojer los más briosos, y los   apartó y les dixo que raiando el sol, les avían de dar en los Tenestetes”.

¿Acaso no resulta risible este texto cuando lo interpretamos desde nuestro tiempo y cultura?  Se requiere una labor de investigación y contextualización hermenéutica para poder interpretar este texto, que realmente quiere significar:

“Y habiéndose juntado todos, empezó a escoger los [hombres] más briosos, y los apartó, y les dijo que rayando el sol,  habrían de asaltar el lugar llamado “los Tenestetes” -que por cierto, es ésta una palabra náhuatl que en el contexto funciona como toponímico y significa “canteras o depósitos de piedra caliza-” .

Por otra parte, es importante que no nos detengamos a ver el árbol, sino que contemplemos el bosque en su conjunto. Como científicos sociales, debemos historiar grupos antes que individuos. El individuo es un ser social y por lo tanto, cultural. No surge de la nada. Interacciona desde grupos y hacia grupos. Es el grupo el que forja al individuo, y no a la inversa.

¿Qué es lo que hace históricos a los documentos, entonces? ¿Que den información sobre un “individuo histórico”? ¿O sobre un “grupo histórico”?.  En realidad, el adjetivo histórico no necesariamente se aplica a lo grande o lo trascendental. Lo histórico es todo aquello que se refiere a fenómenos del pasado que dejaron “huellas”. Toda aquella fuente –ordinariamente textual- que nos dé noticias del pasado, constituye una fuente o documento histórico. Los documentos que contienen “huellas” de las sociedades del pasado son documentos históricos. Para los investigadores de hoy en día, casi todas aquellas realidades que fueron compartidas por grupos del pasado son dignas de historiarse: la ropa, la casa, la privacidad, el trabajo, la cocina, la percepción de clase o grupo social, la recepción que tuvo algún evento u obra. Las posibilidades son infinitas.

Finalmente, no debemos perder de vista que nuestra percepción del pasado surge a través de un proceso de lectura textual, en el cual simplemente nos representamos una realidad que ya no existe. Un buen libro o una película sobre la Revolución Francesa nos crea la ilusión del pasado y nos lo hace comprensible. La historia comparte con la literatura la narrativa, por su capacidad de crear ilusiones de temporalidad.