Escudo de Torreón

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domingo, agosto 05, 2012

Coahuila: la deconstrucción de su historia (2)























En el primer artículo sobre este tema, mencionamos cómo el expansionismo del Imperio Mexica tenía en su agenda la conquista a las naciones soberanas vecinas que resistían sus pretensiones hegemónicas.

Revisamos también la diferente lectura que los tlaxcaltecas hicieron de los “prodigios” que antecedieron la llegada de los españoles, a los cuales combatieron fieramente hasta que se convencieron de que Cortés y sus tercios eran aquellos hombres a quienes sus dioses habían anunciado. Según estos oráculos, los españoles llegaban para establecer un orden mayor. Los tlaxcaltecas entrarían en él en pie de igualdad, se darían mutuamente en matrimonio, engendrarían una nueva raza y acabarían con el odioso dominio de México Tenochtitlan.

Es verdaderamente notable que —para bien o para mal— existan pueblos capaces de convertir sus creencias en realidades. Sin querer entrar en una discusión providencialista, sino más bien desde el ámbito del estudio de las mentalidades, diremos que los tlaxcaltecas, al igual que los mexica, se tenían a sí mismos por pueblos escogidos. Pero mientras que los oráculos mexica anunciaban la inminente caída del Imperio, los presagios tlaxcaltecas anunciaban la supervivencia de su nación al incorporarse a un orden político más amplio. Este nuevo orden implicaba asimismo la creación de lazos de consanguinidad con aquellos que habrían de llegar, mezclando las virtudes de ambos pueblos en uno solo. Un dato importante que no debe pasar desapercibido es que los tlaxcaltecas creían que dicha alianza sería fundamental para cambiar la balanza del poder militar que prevalecía en 1519 en lo que ahora es el centro de México.

Sería fácil acusar a los tlaxcaltecas de “reescribir su historia” desde el futuro, es decir, una vez que ellos habían ya consumado la empresa de desmantelamiento del Imperio Mexica al lado de los españoles. No lo podemos hacer porque ya en 1519 Bernal Díaz del Castillo había escuchado el contenido del oráculo de propia voz de los tlaxcaltecas, con gran “espanto” de su parte, como él mismo refiere. Y suponiendo —sin conceder— que Bernal hubiese tomado por fuente el manuscrito de Muñoz Camargo para la redacción de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España a mediados del siglo XVI, aún así Bernal, testigo fiel de lo que vio y oyó, menciona haberlo escuchado él mismo en Tlaxcala junto con otros compañeros españoles, en 1519.

¿Se inventaron los tlaxcaltecas una historia “sobrenatural” para lograr la alianza española en 1519, poco antes de la llegada de Cortés a Tlaxcala? Es posible, aunque no probable. Algunos de los signos y prodigios precedentes a la llegada de los españoles fueron documentados tanto por los mexica como por los tlaxcaltecas, aunque con interpretaciones diferentes. La autoestima y la conducta de los tlaxcaltecas durante la era colonial es muy consistente con la creencia de ser un pueblo “especial” o “predestinado”. Esto no significa que no hubiera resistencia al cambio en algunos. La historia de los niños mártires de Tlaxcala ilustra claramente la tendencia de ciertos individuos a mantener la fe en los antiguos dioses. Pero si hacemos una revisión sobre la historia de los iconos católicos coloniales más reverenciados, veremos que los tlaxcaltecas están directamente relacionados con el surgimiento, promoción y culto de muchos de ellos. Así las prodigiosas apariciones del Santuario de Nuestra Señora de Ocotlán (1541), Tlaxcala; San Juan de los Lagos, Jalisco; La Purísima y Nuestra Señora del Roble, en Monterrey; el “Señor de Tlaxcala” en Bustamante, Nuevo León; el “Señor de la Expiración” en Guadalupe, Nuevo León. Son devociones tlaxcaltecas las de Nuestra Señora de los Dolores en Hualahuises, Nuevo León; La Santa Cruz en Villaldama, Nuevo León; la de Nuestra Señora de Guadalupe en Parras, Coahuila y la del “Señor Santiago” en Viesca, Coahuila.

La verdad es que los tlaxcaltecas abrazaron voluntaria y sinceramente el catolicismo español con la convicción de que entraban en el nuevo orden que se les había profetizado. Era la religión de sus aliados europeos anunciados por los dioses ancestrales. Sería la de ellos mismos y la del pueblo que habría de nacer de la unión de ambos. Los tlaxcaltecas se percibían como conquistadores, no como conquistados. Esta percepción llegó a ser particularmente cierta cuando cuatro grupos de tlaxcaltecas —uno de cada señorío— salió a fundar colonias en el norte novohispano. En 1591 el grupo de Tizatlán fundó —junto a la villa del Saltillo— el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. En las capitulaciones firmadas ese año, el virrey Luis de Velasco, segundo de este nombre, les confirmó para siempre el estatus de conquistadores exentos de impuestos y alcabalas. A lo largo del período colonial, otros virreyes y la Audiencia de Guadalajara les habrían de confirmar sus privilegios originales a los tlaxcaltecas de San Esteban y a sus descendientes establecidos en nuevas colonias.

Es claro que los tlaxcaltecas en general y los tlaxcaltecas norteños en particular nunca experimentaron el “trauma de conquista” que el inigualable Octavio Paz atribuye a todos los indígenas vencidos y a sus descendientes. Los hijos de Tlaxcala lucharon hombro con hombro al lado de españoles y mestizos para defenderse, prevenir o castigar los ataques de los indígenas guerreros del septentrión. Coahuila era una región “fronteriza”, una avanzada de la cultura cristiana europea, criolla, mestiza y tlaxcalteca que padecía continuos ataques de diversos grupos y etnias guerreras. Los españoles necesitaban a los tlaxcaltecas, y éstos, a los españoles. En el norte, la alianza con la Corona de Castilla estuvo vigente hasta el fin de la era virreinal.

Desde tiempos inmemoriales, el sur de Coahuila constituía el ecosistema de multitud de grupos nómadas y seminómadas. En el siglo xvi los españoles agricultores, ganaderos y mineros entraron en contacto con los grandes grupos indígenas conformados por “Guachichiles” en el Saltillo, y los genéricamente denominados “Laguneros” de la Laguna de Parras (Mayrán) y Río de las Nazas.

Con los españoles fueron llegando criollos, mestizos, indígenas sedentarios tlaxcaltecas, mexicanos, michoacanos, otomíes, indígenas locales, negros, mulatos y castas. De entre tantas etnias, las más numerosas, fuertes, prominentes y prestigiadas socialmente fueron la española y la tlaxcalteca, y ambas lograron configurar una sola mentalidad y cultura por un largo proceso de contigüidad física, préstamos culturales, mestizaje e interacción cotodiana. 

Los españoles y los tlaxcaltecas estaban libres de complejos. Era gente de armas, acostumbrada a hablar llanamente, con toda libertad. Es muy probable que los rasgos del norteño trabajador, franco y aguerrido procedan del secular ejercicio cotidiano de las virtudes y libertades de ambos pueblos. Estos rasgos corresponden al mestizaje cultural surgido de un fenómeno de larga duración. El tan conocido, popular y delicioso pan de pulque del sur de Coahuila es un alimento mestizo que se fabrica con los dos elementos característicos de las culturas madres: el trigo español y el pulque tlaxcalteca. Muchos de los nahuatlismos que existen en una ciudad tan joven como Torreón, llegaron —en gran medida— con los descendientes regionales de ambas etnias.

Los tlaxcaltecas de San Esteban (en Saltillo) fundaron nuevas poblaciones en Coahuila y en otros lugares del septentrión novohispano. En 1598 comenzaron a poblar Parras junto con algunas familias de indios laguneros y vecinos españoles con tanto éxito que el pueblo de Santa María de las Parras logró configurar una boyante economía vitivinícola con el reconocimiento y apoyo de la Corona española. Los tlaxcaltecas de Parras llegaron a ser tantos que a principios del siglo xviii tuvieron que fundar el pueblo de San José y Santiago del Álamo, conocido actualmente como Viesca, en Coahuila. Desde ahí siguieron participando en la población de nuevos lugares, como Matamoros o San Pedro, ambos en Coahuila, en los siglos xviii y xix.

En 1825, apenas a cuatro años de consumada la independencia, el alcalde de Parras y de su partido —que abarcaba la región de Parras y toda la Comarca Lagunera de Coahuila— decía que aunque él no había nacido en esta región, no tenía empacho en reconocer que sus habitantes eran

“…activos, enérgicos, intelectuales, especulativos, profundos, empresarios, sobrios, fieles, sociales, patricios, generosos, rectos, valerosos, y más que todo, religiosos.” (Ver Corona Páez, Censo y estadística de Parras (1825). Coedición Universidad Iberoamericana Torreón e Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, Torreón, México, 2000).

En esta descripción podemos reconocer las cualidades heredadas por igual de españoles y tlaxcaltecas. Incluso los torreonenses, tan proclives como somos a pensar que el espíritu de empresa, el carácter enérgico y activo, la generosidad y el espíritu sociable y hospitalario nos llegó con los inmigrantes extranjeros de finales del siglo xix, debemos reconocer que esas cualidades estaban ya presentes y eran reconocidas en los habitantes de la comarca a fines de la era colonial. No podemos inventarnos una historia étnica, ni mucho menos cultural, libre de elementos indígenas o mexicanos. Los laguneros tenemos un origen verdaderamente cosmopolita, y nuestra región, ha sido desde finales del siglo XVI, un crisol étnico y cultural.