Escudo de Torreón

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martes, marzo 09, 2010

Sacerdotes casados...




A raíz de la muy loable y firme determinación del actual pontífice, Benedicto XVI, han surgido a la luz un cúmulo de abusos sexuales que algunos reprobables miembros del clero católico, han perpetrado contra niños o adolescentes, seglares o seminaristas.

El papa Ratzinger ha decidido lavar a la luz pública la “ropa sucia” que se ha acumulado en lugares tan tradicionalmente católicos como Irlanda y México, sin excluir Alemania. En el caso de México, el escándalo de Marcial Maciel ha llegado a niveles tan extraordinarios, que nadie lo hubiera sospechado, ni siquiera las personas que lo denunciaron inicialmente.

El padre Maciel fue, en un principio, defendido por el alto clero mexicano. Sin embargo, al asumir Benedicto XVI su pontificado, dejó en claro que no iba a tolerar ninguna complicidad de la clase sacerdotal en estos delitos. Así que, finalmente, ya deslindada la jerarquía, la figura de Marcial Maciel siguió cuesta abajo en su rodada, hasta ser considerado un desquiciado con múltiple personalidad.

El hecho de que el mismo hermano del papa se encuentre públicamente investigado bajo sospecha de maltrato a los niños del coro alemán que alguna vez dirigió, habla mucho y muy a favor de la cruzada de Benedicto XVI contra la tolerancia de actividades pederastas entre los miembros del clero.

Una vez denunciados, procesados y castigados quienes resulten responsables de esos abusos, y una vez que se haya indemnizado a las víctimas y a sus familias (pedir perdón no basta), solamente una cosa le quedará por hacer a este pontífice justo.

Benedicto XVI, a la vista de la serie de abusos sexuales del clero contra terceros, no tendrá más remedio que modificar las cláusulas del Derecho Canónico que obligan al sacerdote a pronunciar votos de castidad. Se trata de una simple norma de derecho que cualquier papa puede derogar. De hecho, sería muy deseable que quien aspire a convertirse en sacerdote, considere seriamente el matrimonio como una vía para alcanzar la santidad de vida.

Tradicionalmente, el clero ha glorificado el celibato como “la forma más perfecta” del cristiano, basado en una lectura de Pablo. Pero el mismo apóstol dijo que quien no pueda sostener esta forma de vida, es mejor “que se case, y no se abrase” (1 Corintios 7: 9). Abrasarse significa “consumirse en el fuego del deseo” al punto de llegar a pecar, situación que Pablo consideró indeseable, perjudicial y totalmente adversa a la santidad de vida de cualquier cristiano.

En este sentido, y tal y como lo han entendido los rabinos y los ministros protestantes, los mejores pastores son los pastores casados. Un párroco católico siempre debiera ser casado. El matrimonio le daría estabilidad emocional, la bendición de una familia, y comprensión para atender y aconsejar a los matrimonios seglares. Sin duda alguna, mejoraría grandemente el ambiente moral en el que se desenvuelve el clero.

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