Escudo de Torreón

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viernes, octubre 05, 2007

Sobre nuestra Plaza de Armas





Efectivamente, “zócalo” es una palabra que originalmente significaba “base”. A la plaza de armas de la ciudad de México se le comenzó a llamar “zócalo” cuando en ella se le construyó una base para la estatua ecuestre de Carlos IV, muy conocida como “El Caballito”. Pero tardó tanto en fundirse y en colocarse la estatua, que la gente asoció el nombre de la plaza con el de la base vacía o zócalo a fuerza de verla de manera cotidiana.

Pretender llamarle “zócalos” a todas las plazas de armas del país sería como imponer un error histórico desde el centro. Es un acto de imperialismo cultural, una falta de respeto a la identidad e historia de las poblaciones del interior. ¿Seguirán pensando que fuera de México todo es Cuautitlán? ¿Porqué todas las ciudades de México forzosamente deben tomar como modelo a la capital del país? ¿Porqué no ser originales? Monterrey tiene macroplaza, no “macrozócalo”.

Más que una moda, conservar los sitios históricos tal y como eran originalmente es un rasgo y constante de los países civilizados. Quien haya visitado Europa lo podrá constatar. En gran medida, en eso radica su encanto. Esto demuestra el gran respeto que los europeos se tienen a sí mismos, a su identidad y a su historia.

No es ninguna herejía política devolverle su nombre a la “Plaza 2 de abril”, dado que en esa fecha México ganó una gran batalla contra los ejércitos franceses. Es un nombre que afirma el orgullo de ser mexicano. Pero claro, como Porfirio Díaz fue el héroe de esa batalla, muchos se rasgarían las vestiduras. Porfirio Díaz fue un gran presidente, y el primero en reconocerlo fue el mismo Francisco I. Madero en su libro “La Sucesión Presidencial”. Si el padre de la Revolución Mexicana lo afirma, ¿quiénes son los “revolucionarios” que lo niegan? ¿Creen ser más que Madero mismo?

Mi opinión como Defensor del Centro Histórico, función esta última que de oficio tengo como Cronista Oficial, de acuerdo con el Reglamento Municipal de Cronistas (quien lo dude, léalo) es que, lejos de seguir modificando nuestra Plaza de Armas, debemos devolverle su nombre y aspecto originales. ¿Sería correcto modificar la pirámide del sol en Teotihuacan para construirle una rentable innovación? Si ya demolieron el Teatro y Cine Princesa, ¿no se puede construir ahí un amplio y redituable estacionamiento? ¿Para qué seguir con la vandálica destrucción de los más bellos elementos de nuestro pasado?

Es verdad, a la Plaza de Armas le falta su Kiosco, el mismo donde tocaba la Banda Municipal cuando la Avenida Morelos era el paseo citadino por excelencia. Si ese kiosco es o no el que está en la Colonia Martínez Adame, no lo sé. No conozco el que se encuentra en esa colonia. Lo que sí sé es que sobra una torre con un reloj que no estaban originalmente.

Ahora bien, cediendo espacios a los procesos urbanos de modernización, entiendo bien que nuestra Plaza de Armas sin árboles crearía un efecto escénico inigualable para el centro histórico. Pero para lograr ese efecto, no es necesario un estacionamiento subterráneo, ni mucho menos, superficial. Y si es absolutamente necesario derribar los árboles, ¿por qué no crear un jardín renacentista o barroco de poca altura con diseños geométricos que permita admirar el entorno? Las imágenes de arriba ilustran con ejemplos. Por otra parte, ¿se iniciaría una campaña de reforestación para contrarrestar los daños al ecosistema? ¿Se podría crear una nueva plaza, réplica exacta de la original, para que los laguneros del futuro sepan cómo era?

La primera imagen que acompaña a este artículo corresponde al palacio de Versalles. La segunda se acredita al sitio de la red mundial “Bucovice-Zamku” de la República Checa.

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