Escudo de Torreón

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viernes, diciembre 22, 2006

Fernando Peralta o el valor de la memoria



Antiguamente, la experiencia personal, la memoria individual era garantía de veracidad. Los testimonios eran veraces porque un individuo había tenido la experiencia personal de las cosas que atestiguaba. Con este argumento de verdad, el apóstol Juan inicia su primera carta, hablando de lo que ha visto, tocado y oído.

Con el surgimiento de las ciencias modernas, el énfasis recayó en la evidencia más que en el testimonio personal o colectivo. De acuerdo al método científico cartesiano, solo la evidencia tiene valor probatorio.

Este principio es particularmente valioso cuando se trata del discurso histórico. Un viejo modelo de historiar, tan viejo como Herodoto, da enorme cabida al testimonio. Pero desde el siglo XVII, los historiadores prefieren la evidencia del hecho, evento o conducta antes que el testimonio oral.

Y es que la memoria del ser humano, por buena que sea, es susceptible al error, al autoengaño, a la reinterpretación o al olvido.

Un buen ejemplo de lo anterior nos lo proporciona Fernando Peralta, el "simpático anciano" que en 1932 era considerado por Eduardo Guerra "archivo viviente en la historia del rancho primitivo" del cual surgió nuestra ciudad. De acuerdo al mismo Guerra, se trataba del último superviviente de los primeros habitantes del Rancho del Torreón, quien conservaba "una lúcida y clara memoria".

Fernando Peralta representa en realidad la fuerza y el valor que se le atribuía en 1932 a la historia oral, a la experiencia personal. Su memoria y veracidad eran percibidas como incuestionables por esta razón.

De acuerdo al texto de la Historia de Torreón de Guerra, Fernando Peralta relataba que había nacido en Cuencamé. Según esta narración, su padre había sido Guadalupe Peralta, quien lo tomó consigo recién nacido, y lo trajo con él al Rancho del Torreón en 1860. Guadalupe su padre habría venido a reunirse con sus primos Guadalupe, Serafín, Melquíades y Natividad.

¿Puede dudarse del conocimiento (histórico) como lo quería Descartes, hasta no contar con la evidencia que le de valor probatorio a la mera afirmación individual?

El hecho es que Fernando Peralta no estaba del todo correcto cuando hablaba de sus propios orígenes. De acuerdo al libro de bautismos del período 1848-1864 de la parroquia de Santiago Apóstol de Mapimí, Fernando fue bautizado ahí el 30 de mayo de 1862. Sus padres, según el mismo documento, fueron Guadalupe Peralta y Marcelina Adame. Su hermano José Pedro de Jesús, fue bautizado ahí mismo el 18 de septiembre de 1864.

Sobre la existencia y lugar de nacimiento de los primos de Guadalupe Peralta de los cuales Fernando hace referencia, ya hemos dedicado un artículo. En éste, queda claro que Guadalupe, Melquíades y Natividad Peralta, primos de Guadalupe Peralta, padre de Fernando, eran también oriundos de Mapimí e hijos de Eulogio Peralta y de María Manuela Martínez (ver "Los Peralta: una familia torreonense de abolengo").

Por lo tanto, y a pesar de los recuerdos personales de Fernando Peralta, debemos replantear su historia familiar. A manera de hipótesis, podemos aventurar que Fernando quedó huérfano de madre siendo muy pequeño (no existen otras actas de bautismo de hermanos o hermanas), y que por esa razón su padre y él dejaron Mapimí (en 1864 o poco después) y vinieron a establecerse a Torreón, donde estaban sus primos y conocidos.

Notemos que la parte cuestionable de los recuerdos de Fernando es aquélla que se refiere a sus orígenes. Su relato no menciona a su madre, lo cual nos hace pensar que casi no la conoció. Y es difícil esperar que una persona recuerde el nombre del lugar donde nació cuando ni siquiera se acuerda del de su madre. O quizá ni siquiera lo quiere recordar precisamente por causa de la muerte de un ser tan querido. El ser humano es un ser psicológico, y por lo tanto, dinámico. Se ajusta a su mundo y circunstancias. ¿Qué más daba que fuera Cuencamé o Mapimí su lugar de origen, perdido todo vínculo familiar en el tiempo y la distancia?

Fuera de especulaciones, es tiempo de que los científicos sociales, particularmente los historiadores, apoyen sus afirmaciones en sólida evidencia documental. El caso de Fernando Peralta demuestra que no podemos confiar ni en la veracidad de nuestra propia memoria, si no va acompañada de evidencia.

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